La iglesia de los Skaters
Una misión pentecostal diferente “En el nombre del Espíritu Santo” (III)
Villa Nueva ha acumulado mala fama; el crimen organizado parece ganar cada vez más poder y las pandillas juveniles tienen el control en algunos asentamientos. Motivado por esta situación la directiva de la Iglesia Cristiana Vida decidió ofrecerles alternativas a jóvenes en riesgo.
Andreas Boueke
El salón de culto de la congregación se encuentra en lo que antes era una bodega. Cada jueves llega un grupo de jóvenes, entre todos retiran las sillas frente al púlpito del pastor para poder instalar rampas. Los muchachos fijan pasamanos de metal en el piso y colocan conos plásticos como obstáculos. ¡Listo! Donde funciona la iglesia y realizan servicios quedó instalada una pista para practicar trucos de skateboarding.
Poco a poco más jóvenes llegan, la iglesia se abarrota, uno a uno se saludan con un golpe de puño. Jonatan, un joven de 19 años, participa cada jueves: “El skate es mi deporte favorito, como que estuviera huyendo de mi vida. El skateboarding es un estilo de vida, muy lejos de mi familia. Mis padres no quieren que yo patine, pero lo disfruto tanto desde niño”.
De vez en cuando un muchacho se cae de manera espectacular, pero solamente frota su rodilla sin mostrar ningún dolor. Es cuestión de honor. Antonio, otro adolescente, todavía no tiene mucha experiencia: “Estamos agradecidos porque nos han abierto las puertas”, dice con una gran sonrisa. “Cuando patinamos frente a los centros comerciales nos sacan con malas palabras. Pero aquí podemos gozar sin pena. Estamos felices de verdad que este lugar exista y que nos apoyen”.
El pastor juvenil de la iglesia, Marvin Martínez, está contento de que los muchachos aprovechan esta oportunidad.
“Algunas personas cristianas se han extrañado de este espacio que hemos abierto. A veces tenemos una mesa de ping pong sobre la plataforma, una mesa de futillo y una mesa de billar. Los jóvenes juegan dentro de la iglesia. Para alguna gente es chocante, pero la congregación entendió que el evangelio es para todos, y que ellos (los jóvenes) nos importan. Jamás tratamos de forzar a los muchachos hacia una decisión en relación a Cristo. Únicamente les abrimos las puertas. Tienen un espacio con nosotros, aunque no se congreguen, aunque no ofrenden. Es porque ellos importan”.
Marvin Martínez se ha ganado fuertes críticas por este proyecto: “Hemos sido tildados por otros pastores que han dicho que esta congregación ha crecido tanto porque hemos abierto las puertas para pandilleros, peludos, chicas con pantalón. Tuvimos que soportar, pero nuestra mayor satisfacción es hacer lo que Dios quiere que hagamos”.
El movimiento pentecostal se expande sin jerarquía. Cada creyente tiene la posibilidad de fundar su propia iglesia. La persona que inició el proyecto de skate fue el misionero estadounidense, John Musacchio, quien vino a Guatemala hace siete años. “Guatemala tiene una larga historia de misiones pentecostales”, dice el misionero. “Pero algunas de las cosas que los misioneros extranjeros han traído no han sido tan buenas. En algunas iglesias hay mucho autoritarismo. Ordenan desde arriba cómo se deben hacer las cosas. No se pregunta, no se contradice. Solamente se cumple con lo que se ha dicho. Yo creo que cuando la gente no piensa lo que hace estamos dañando al reino de Dios”.
John Musacchio pertenece a una nueva generación de misioneros pentecostales que cuestionan los conceptos de los misioneros extranjeros antiguos. A él le importa fortalecer los talentos de los jóvenes guatemaltecos, para que puedan encontrar sus propias respuestas y hacer realidad sus propias visiones. El skate le pareció una actividad muy apta para lograr este fin: “Vimos a jóvenes reunidos en la plaza con sus tablas. Les hacía falta un ambiente para sentirse seguros, para divertirse sin preocupación. Hicimos rampas muy buenas y pusimos su música. Así construimos confianza y se abrieron oportunidades para hablar. Pudimos lanzar preguntas como: ‘¿qué piensas de Dios? ¿Qué piensas de la iglesia? ?Que piensas de tu mamá y tu papá?’, y fíjese, empezaron a hablar. No los estamos empujando para que se conviertan. Les damos esta posibilidad, pero no se trata de esto. No queremos pedirles nada, solamente que cuiden las rampas”.
Fortaleciendo
la autoestima
Los pastores de la Iglesia Cristiana Vida no están muy involucrados en los asuntos concretos del proyecto de skate. No creen que haga falta. Le han dejado la responsabilidad a uno de los miembros jóvenes de la congregación, Kevin Alvarado, estudiante de 21 años, entusiasta con el skate. “Sólo necesitás tu patineta, nada más. Es una cultura bien rara. Los aficionados se visten diferentes, pantalones apretados, con piercings. Su forma de hablar es bien diferente. Para las iglesias tradicionales sería muy difícil acercarse a estas personas. Pero aquí se sienten respetados. Mucha gente dice que los skaters son drogadictos, que son delincuentes. Tienen esta mala fama y la sociedad los mira así. Pero cuando logras juntarte con ellos son personas que sí aceptan un buen mensaje y pueden agarrarlo”.
Alvarado está convencido de que su trabajo va a traer frutos. “Muchos que han venido como drogadictos están cambiando. Comienzan a estudiar, a trabajar”.
A veces llegan hasta 50 jóvenes para practicar el skate en la iglesia. Diego, de 17 años, participa cada jueves. Tiene una habilidad con su tabla que lo hace parecer fácil. Da vueltas elegantes y se agacha hasta muy bajo para agarrar velocidad antes de hacer saltos. Su cuerpo es flaco, su sonrisa encantadora. Siempre lleva su camisa fuera del pantalón y su gorra de béisbol al revés. Cuando patina tiene unos audífonos en las orejas y mueve la cabeza al ritmo de la música que solamente él puede escuchar. Cuenta que en su barrio hay mucha delincuencia: “Allá no puedo salir a patinar porque me estoy arriesgando a que me asalten. Por eso vengo aquí con Kevin. Él nos invitó. Aquí me siento más seguro y ya tengo varios amigos”.
Después de dos horas de estar practicando el skate empieza un tiempo de reflexión. Los muchachos que quieren se sientan en la alfombra de la plataforma. Mientras unos tres o cuatro siguen patinando, los otros conversan con Kevin. Él sugiere hablar de la fe y la autoestima. A Diego le parece bien. “Tenemos un tiempo para patinar y hacer las cosas que nos gustan y también hay tiempo para dedicarle al Señor. Se siente muy bien”.
El fin de semana anterior hubo una competencia de skate. Kevin elogia a los muchachos que se atrevieron a participar. “Siempre te va a dar nervios. Pero si nunca participás, nunca se te quitan los nervios. Tenés que ir adaptándote”.
A Kevin le parece importante que los jóvenes eleven su autoestima. Tienen que aprender a manejar sus miedos, no solamente en el skate, sino también frente a la violencia que es parte de su vida. Para muchachos como Diego el miedo es un sentimiento de todos los días. “Los jóvenes de hoy en día tienen miedo de ser asesinados, ya sea por alguna venganza o nada más por el placer de la otra persona. También tienen miedo a decir la verdad, prefieren quedarse callados. He visto cómo han matado a mis amigos. Nosotros solíamos patinar en la calle, una vez llegó una persona en moto, se bajó, sacó una pistola y disparó. Mi amigo murió al instante. Varios amigos han muerto así. A uno le pusieron la pistola en la boca y le dispararon”.
Construyendo el reino de Dios
Diego vive en un barrio de calles sin asfalto, los baches rellenados con ripio. De un sólo vistazo se puede encontrar a media docena de perros callejeros. Algunas de las casas tienen tercer nivel, aunque casi no tienen cimiento. Construir así es barato. A la gente no le preocupa los terremotos, las balas les parecen mucho más peligrosas. Diego no había conocido otra manera de vivir hasta que llegó a la iglesia donde puede patinar sin miedo y escuchar a gente hablar del amor al prójimo. Al menos mientras patina.
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